Tan sólo en la Unión Europea cada año se generan más de 500.000 toneladas de residuos de restos de cebollas. Un grupo de investigadores de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y de la Universidad de Cranfield (Reino Unido) parece haber encontrado una solución que, además de proteger el medio ambiente, aportaría beneficios a la salud: incluir la piel dentro de la dieta.
La investigadora del Departamento de Química Agrícola de la UAM, Vanesa Benítez, explica que los restos de la cebolla no se pueden utilizar como fertilizantes porque generan un hongo que hace estéril a la tierra. Tampoco se pueden emplear como alimentación para animales porque no les gusta debido a su aroma. Por eso, y por la cantidad de residuos que producen la piel seca, las capas más externas, las raíces y los tallos, se animaron a realizar un análisis de sus componentes.
Benítez, junto con el resto de investigadores de las mencionadas universidades, analizaron dos tipos de cebollas: las Recas, típicas de la región Valenciana, y las Figueres, de la catalana. Y lo que encontraron, tal y como publican en la revista ‘Plant Foods for Human Nutrition’, es que la piel marrón es rica en fibra insoluble y en compuestos fenólicos como la quercetina y otros flavonoides. Además, las dos capas carnosas externas, que también se suelen despreciar cuando se pela la cebolla, también contienen fibra y flavonoides.
En cuanto a la posibilidad de utilizar la piel de la cebolla en la cocina de nuestro hogar, Vanesa Benítez aclara que el estudio que han realizado sólo se ha limitado a analizar la clase de compuestos que están en esas capas. “Pero la idea es que en un futuro se pudieran utilizar, sobre todo, a nivel industrial. Actualmente, se emplean muchas cebollas como ingredientes de diversos productos, por ejemplo para las comidas elaboradas, los purés, las sopas de sobre, los aritos de cebolla… Si en vez de tirar la piel y las primeras capas de la cebolla se usaran como un ingrediente más, sería una salida a la gran cantidad de residuos”, señala Benítez.
Vía: EL MUNDO