Repugna, perturba y mortifica; imposible darle la espalda, porque la porquería;está ahí, seguimos generándola mal que nos pese, y estamos abocados a gestionarla para que no trastoque nuestras vidas. Ahora al menos comprendemos que, además de molesta, es perjudicial, pero no siempre fue así. En 1854, tras una mortífera epidemia de cólera en Londres, el doctor John Snow quiso demostrar a las autoridades que la enfermedad no venía de un miasma, como se creía entonces, sino del agua que bebía la población, contaminada por excrementos humanos. Snow marcó con una cruz cada cadáver en un plano y concluyó que todos;orbitaban en torno a una fuente sospechosa. Ahí radicaba el mal.
Lo relata estos días la exposición “Dirt. The filthy reality of everyday life” (“Suciedad. La asquerosa realidad de la vida cotidiana”), que la Wellcome Collection de Londres alberga hasta el 31 de agosto, y que a través de 200 piezas retrata la relación humana con desechos, polvo y mugre. Vivir inmersos en porquería fue usual en ciudades europeas durante siglos, circunstancia que ahora, protegidos por redes de alcantarillas, habituados a la ducha diaria y envueltos en nubes de colonia y desodorante, nos resulta difícil de imaginar.
La muestra (Wellcomecollection.org) recoge cinco lugares: la Londres de John Snow; la ciudad neerlandesa de Delft en el siglo XVII; un hospital de Glasgow en 1860 pródigo en amputaciones; el Museo de la Higiene de Dresde a inicios del siglo XX, de inquietante aroma nazi; la Nueva Delhi actual con sus recolectores de heces, y el antiguo vertedero de Nueva York, que en el 2030 se convertirá en parque. Desde la inauguración en marzo, 75.000 personas han visto la muestra.
Vía: La Vanguardia